miércoles, 18 de mayo de 2011

El camino de la lluvia. Parte 3: MOMENTO ONÍRICO


El cielo seguía sollozando las tristezas de un mundo herido, los dioses se enfadaban entre ellos deleitándonos con una encarnizada batalla por denotar quien era el mas estruendoso y posiblemente destructor.
De nuevo en aquella cama, anhelé con añorancia aquellas noches de tormenta de mi infancia, cuando me arrebujaba bajo las sábanas como si éstas fuesen el mejor recurso para huir del estruendo. Era entonces cuando llegaba mi madre y con su voz calmada me aseguraba que no tenía nada que temer. Entonces llenaba mi pequeña cabeza de leyendas acerca del origen de la lluvia y las tormentas; tan fantasiosas que abandonaba el miedo y me sumía en el dadaísta mundo de la fantasía. Le pedía, no obstante, que se quedase un ratito mas y ella afirmaba con la cabeza, se acomodaba en la silla y  abría un libro. Su sola presencia hacía que el sueño llegase pronto y ella compensaba mi calma con un beso en la frente.
Pero ahora, pese a ser una de las peores noches, nadie acudía a calmar mis ánimos, nadie permanecía a mi lado hasta que el sueño llegaba,  ya era demasiado mayor para que las tormentas me asustasen.

- Yo me quedaré contigo…

Miré al chico con preocupación. No quería que se metiese en problemas, pero seguía temblando tal vez de miedo y él sabía el porqué. Sin decir palabra se acostó a mi lado y me abrazó hasta que dejé de temblar. Aún en mi estado casi febril, supe que aquello era muy arriesgado, que nadie debía descubrirnos en esa situación.

- ¿Es esto real?..¿De verdad estás aquí? -  Osé a preguntar
- No, esto es un sueño, no es mas que eso…

Me removí en la cama, como si fuera presa de una extraña pesadilla.

- Si,  no eres mas que eso,  porque… ¿Cómo explicas que pueda llegar a amarte de esta manera?.

Pero me aferré a él, sabía que era real,  dolorosamente real.

- ¿Qué te impide quererme?...
- Ya lo sabes, el mundo  está tan lleno de prohibiciones
- Pero en los sueños podemos hacer cualquier cosa
- Esto no es un sueño… y lo sabes

Desperté de nuevo, incorporándome y secándome los ojos. Silenciosas lágrimas habían brotado de ellos. Sollocé sin saberlo, sin entender el porqué de aquella sensación que acongojaba todo mi ser y porqué era consciente de que no hacía falta yacer bajo la lluvia para mojarse.

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