Me recibieron con aquellos gritos. Adultos malhumorados como si su felicidad se evaporase junto a aquellas nubes que su lamento descargaban. La eterna ensoñación, evadirme de aquella rabia, de aquel rechazo a convertirme en el hombre que ellos deseaban que fuese. Entré en mi habitación ignorando la voz de mis hermanos y me encerré en ella; rodeado de sentimientos plasmados en lienzos y láminas, de ira teñida de polvo rojo que creaba aquel color chillón; de tristeza impregnaba en tonos grises sobre fondos oscuros y de retazos de esperanza teñida de verde. Mi paraíso de colores y formas, la frustración casi continua de los que no querían acceder a aquella realidad donde nada era lo correcto.
Dejé al muñeco encima de la mesa del estudio y contemplando todas sus formas me perdí en los minutos, las horas, en el tiempo y el espacio. Sin ser consciente empecé a captar toda su esencia en una obra pictórica totalmente improvisada.
Sólo levantaba la vista para mirarle de reojo. Mis trazos se hacían más rápidos, casi mecidos en una extraña e impregnante euforia, mientras la música de violín, mi fuente de inspiración, sollozaba los acordes intemporales y acompasados como si de los latidos de mi propio corazón se tratasen.
Y fue entonces cuando dejé aquella habitación para sumirme en los recuerdos escondidos; o tal vez en una ensoñación. Fuese lo que fuese ya no estaba allí, ni el protagonista de mi obra pictórica era un hierático muñeco, sino un chico de mi edad, que trataba de permanecer serio e inmóvil.
- Tardas demasiado –Refunfuñó, removiéndose un poco
Fruncí el ceño asomándome por detrás del lienzo de tela
- No te muevas, ya casi he terminado
- Eso lo dijiste hace una hora – Masculló con una nueva sonrisa
El muñeco seguía observándome con sus ojos melancólicos
Estábamos escondidos en aquella extraña estancia que era casi nuestro refugio, un sótano con una sola ventana ahora tan salvajemente salpicada por el torrente lluvioso que sacudía la ciudad. La luz de la lámpara osciló, amenazando con apagarse en cualquier momento. Fruncí el ceño y me vi incapaz de seguir cuando las tinieblas, tan sólo interrumpidas por la descarga eléctrica del cielo, inundaron todo el lugar.
Apunto estuve de soltar el pincel cuando sentí que me abrazaba por detrás…
Su mirada inmóvil, de ojos acrílicos, me hablaba de días y oportunidades perdidas, de estaciones vacías ya de gente… de esperanzas teñidas de un verde sucio.
- Todo adquiere el aroma de los pigmentos… - Me susurró con voz sensual al oído - y se hace tan fuerte que acabamos por adormecernos como si de una droga se tratase… Oh, mi ángel alado, deseo ser inmortal tan sólo para poder amarte eternamente y seguir buscando la manera de huir de todos. Me vendería al diablo sólo para conseguirlo…
Cerré los ojos, mecido por la calidez de su voz, deseando que formase parte de mi y atravesase mi alma, pero fue entonces cuando los repentinos golpes en la puerta me hicieron abrir los ojos, dando un respingo.
Solté el pincel y sacudí mi cabeza… ¿Pero qué demonios me ocurría?.. seguía estando en mi habitación, frente al lienzo y el muñeco de mirada triste e inmóvil. ¿Había estado soñando despierto?... ¿Recordando? No, ni hablar, no tenia constancia alguna de haber vivido tal situación, de haber conocido a aquella persona. Alguien seguía aporreando mi puerta.
Guardé al muñeco en el armario y salí de la habitación, ignorando las palabras burlonas de uno de mis hermanos mayores.
Y de nuevo aquella lluvia golpeando las ventanas y de nuevo dejándonos a oscuras, nublando el corazón de aquellos que se dejaban ondear por los días fríos y grises.
No hay comentarios:
Publicar un comentario